




Un espacio público inmenso en perpetua remodelación, una plaza que no parece una plaza, que son varias plazas en una, o ninguna... Inabarcable, caótica Alexanderplatz. Lugar de encuentro de punks y escenario para músicos peruanos y vendedores de currywurst, esa especialidad culinaria consistente en una vulgar salchicha cubierta de salsa de curry. Yo, tras más de dos años en Berlín, todavía no he comprendido dónde empieza y termina la plaza.
Alex son muchas Alex. Tan socialista por fuera en los edificios rectangulares de pisos que la habitan. Tan capitalista y tan actual también, con sus centros comerciales y profusión de chiringos fastfood. Parece mentira que con tantos cambios como ha soportado desde hace 2 siglos siga manteniendo el mismo nombre. Como el resto de la ciudad, con más intensidad quizás, Alexanderplatz está en obras. De sus múltiples bocas de metro siempre hay alguna cerrada. Algún cartel siempre indica que por ahí no se puede pasar ahora en bici o a pie. En la pasada primavera los obreros del alcantarillado descubrieron en sus entrañas un búnker de la segunda guerra mundial, probablemente el mayor de los construidos por los nazis. Su función era alojar a los pasajeros de los trenes berlineses en caso de ataques aéreos. Los periódicos que dieron la noticia del hallazgo dijeron que hasta 10000 personas encontraron allí refugio, hacia el final de la guerra. En el otoño de 1945 se recuperó el material aprovechable del búnker para utilizarlo en la reconstrucción de la ciudad. Pero luego esas instalaciones cayeron en el olvido. ¿Cuántas sorpresas nos dará aún Alex?
27.11.07
Alex
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19.11.07
los bares de la esquina
Ankerklause, oct. 07




Mano, oct. 07
Hay quienes son irremediablemente fieles en bares como en amores. Pero lo cierto es que en una vida caben muchos amores, y muchos bares de la esquina. Allá donde he vivido he tenido los míos; y soy fiel en la memoria y cariño que les guardo. Ahora mis bares de la esquina tienen el sabor desvergonzado, bohemio y libertario de berlín. A veces son el salón de casa, donde un té vale un euro y se puede uno repanchingar en el butacón y leer apaciblemente y escuchar vieja música de los 80. Otras se convierten en desaforados antros para personajes sedientos de nocturnidad. Y entonces es mejor soltar lastre, dejarse llevar por el tumulto y las sorpresas. Afuera aguardarán cisnes golosos un pedazo de buena voluntad comestible. Me encontraré con la mismísima República ingiriendo birra tras birra. Y los calvos, en un tris tras, criarán una frondosa melena.
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11.11.07
frío fuerte, tierno blanco



Cayeron copos blancos, carnosos, revoloteando tras los cristales de mis ventanas. Envolvieron nerviosos todo cuanto pudieron. Se hizo el silencio. Se vaciaron las calles. Miré de nuevo y ya no estaban.
Acecha el invierno sobre berlín pero esta vez llega jugando.
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3.11.07
Uruland


Más de tres años han pasado desde que tuve ocasión de pisar Montevideo. Breve el viaje y profundo el recuerdo.
A quien me quiera escuchar le cuento que fui por trabajo. Que la fotocopiadora estaba estropeada en el flamante edificio del Mercosur y me encargaron buscar otra en condiciones. Que así conocí a Juan y Silvina, regente y empleada de una tienda con varias máquinas, a quienes estoy agradecida por haberse ocupado de tan ilustres fotocopias y haberme mimado tanto.
Hoy, en el otro hemisferio, cuento con la amistad de algunos uruguayos viajeros. Y de nuevo resuena en mi cabeza ese nombre que es pura melodía. Montevideo.
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